CONFLICTO EN LAS PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS:
EL CONCILIO DE JERUSALÉN.

Construir la Iglesia, en esos primeros años del cristianismo no fue nada fácil. En la segunda carta a los Corintios, Pablo nos narra algunas de las dificultades en su vida como Apóstol de Jesús:

“Cinco veces he recibido de los Judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces he sido flagelado con varas; una vez he sido apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un Día he estado en lo profundo del mar.

Muchas veces he estado en viajes a pie, en peligros de Ríos, en peligros de asaltantes, en peligros de los de mi Nación, en peligros de los gentiles, en peligros en la ciudad, en peligros en el desierto, en peligros en el mar, en peligros entre falsos hermanos; en trabajo arduo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en Frío y en desnudez.

Y encima de todo, lo que se agolpa sobre Mí cada Día: la Preocupación por todas las iglesias. ¿Quién se enferma sin que yo no me enferme? ¿A quién se hace tropezar sin que yo no me indigne?

Si es preciso gloriarse, yo me gloriaré de mi debilidad. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesús, quien es bendito por los siglos, sabe que no miento. En Damasco, el gobernador bajo el rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; pero fui descolgado del muro por una ventana en una canasta, y escapé de sus manos”. (II carta a los Corintios).



Las primeras comunidades cristianas.

¿Una Iglesia cristiana-judía o una Iglesia nueva? Es decir, quien entraba en la naciente Iglesia, ¿tenía que circuncidarse y observar toda la ley de Moisés...o abrirse a una nueva realidad, un nuevo estilo? Para esto se reunió el primer concilio en Jerusalén, con Pedro a la cabeza y los demás apóstoles y decidieron con la luz del Espíritu Santo que no era necesario circuncidarse.


b)Características
de las comunidades paulinas.

a) Son comunidades afincadas en el mundo helenista. Esto le ofrecía múltiples ventajas, pues era el mundo más culto, pero también traía la amenaza de un paganismo hedonista, de atractivos y fáciles cultos religiosos, costumbres reñidas con el evangelio. Ahora se entienden las continuas advertencias, recomendaciones y llamadas de atención de Pablo a esas comunidades.

b) La mayor parte de ellas estaban enclavadas en las regiones costeras del norte del Mediterráneo (Asia Menor, Grecia, Italia); dentro, por tanto del imperio romano. Tanto Pablo como sus colaboradores procuraron establecer las comunidades cristianas en centros neurálgicos, en ciudades unidas entre sí por una fuerte red de comunicaciones. Así se favorecía el contacto y el diálogo entre las comunidades cristianas.

c) Son comunidades establecidas en núcleos urbanos en contraste con las comunidades rurales palestinenses. Pablo no es ciertamente el fundador del cristianismo, pero sí es el creador del cristianismo urbano con todo lo que este acontecimiento iba a suponer para la evolución del cristianismo.
d) Dentro de las ciudades en las que se asientan, el ámbito natural de las comunidades es la casa. Son comunidades domésticas que se reúnen en las casas para celebrar su fe y alimentarla.

e) Son comunidades formadas por cristianos de procedencia tanto judía como pagana. Esto trajo, al inicio, sus dificultades, pero que fueron superándose con el amor cristiano.

f) Son comunidades en las que, junto al entusiasmo y el heroísmo, está presente el pecado. No eran comunidades santas, sino comunidades que querían ser santas; con virtudes y defectos, con ejemplos maravillosos y con pecados. Pero ésta es la Iglesia de Cristo, santa y pecadora al mismo tiempo, santa y necesitada de continua conversión.

c) Dificultades:

  Incomprensiones y falsas acusaciones, por todas partes y procedentes de sus mismos hermanos judíos y de los paganos, griegos y romanos.

  Cárcel, desde donde escribió varias cartas.

  Martirio en Roma, decapitado, hacia el año 67, durante la persecución de Nerón.

Las primeras comunidades  cristianas o lo que es lo mismo la primera Iglesia ¿Quiénes la forman?.

Cuando leemos los primeros capítulos del libro de los Hechos encontramos una Iglesia compuesta por Judíos convertidos al evangelio de Jesucristo tanto residentes de Jerusalén como de los de la dispersión ( Hechos 2:14).   Las diferencias en la Iglesia no habían aflorado pues estando establecida en Jerusalén y teniendo como centro de reunión y culto el templo de Jerusalén parecería como si fuera una nueva facción  como otras muchas que ya existían dentro del judaísmo.   Por eso vemos que al principio se les llamaba “Los del camino”    De manera que habían cosas en la Iglesia que poco a poco Dios  las pondría en su perspectiva correcta en la medida que ésta fuera creciendo y madurando en su fe.   Este crecimiento no excluía a sus líderes que apenas comenzaban a conocer el Evangelio de la Gracia Salvadora bajo el poder de la llenura del Espíritu Santo.

     En los hechos tratados en el concilio en Jerusalén se deja ver la transparencia de conciencia conciliatoria que existía tanto en Pablo como en Pedro al momento de ser celebrado.   Allí se corregio cierto desorden que estaba siendo promovido dentro de la Iglesia por una facción de Judíos de “la secta de los Fariseos” que querían hacer a los creyentes de entre los gentiles a “circuncidarse y guardar la Ley de Moisés” (Hechos 16:5).   Pues según ellos decían “Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos" (Hechos 15:1).

    Bernabé y Pablo fueron bien recibidos en Jerusalén, tanto de “la iglesia como de los Apóstoles y los ancianos” (15:4).   No olvidemos que Pedro estaba allí y era uno de los principales de los Apóstoles.

      El problema a tratarse en Jerusalén no eran las “supuestas diferencias” entre Pedro y Pablo pues sino Pedro y Pablo no hubieran sido usados como instrumentos de Dios para exponer las soluciones al problema bajo la guía y dirección del Espíritu Santo.   A estas alturas de su vida ministerial el Apóstol Pedro había sido tratado en la presencia del Señor por dos incidentes mencionados en las escrituras.   El primero lo menciona el Apóstol Pablo en Gálatas 2:11-21.   En esta ocasión Pablo le reprochó a Pedro su hipocresía.   Este todavía tenía ciertos vestigios del legalismo hipócrita que tanto daño hizo ayer como lo sigue haciendo hoy.

      Es allí donde el Apóstol le recuerda a Pedro que: “El hombre no es Justificado por las obras de la ley si no por la fe en Jesucristo” (Gálatas 2:16 ).  Y como decimos en el campo "Para terminar de afeitarlo" Dios lo llevo a casa de Cornelio para dejarle saber que: “Lo que Dios limpio no lo llame inmundo el hombre”.   Bajo esta experiencia el entendió que: “Dios no hace acepción de personas, si no que en toda nación se agrada del que le teme y hace Justicia”.   Por eso quedo: “Atónito cuando vio a los creyentes entre los gentiles recibir el Espíritu Santo y hablar en otras lenguas y que magnificaban a Dios”.    Al cabo de tan trascendental experiencia entendió que el reino de Dios se abrió para los gentiles y él mismo ordenó que fueran bautizados en agua (Hechos 10:15, 34,35,44-48).

La iglesia recibió el testimonio de Pedro con:

 “mucho gozo maravillados que a los gentiles también Dios había dado arrepentimiento para vida” (Hechos 12:17,18).

      Es por esta razón que el concilio en Jerusalén no es una disputa de legalismo entre Pedro y Pablo si no contra los de la Secta de los fariseos quienes fueron reprendidos y desenmascarados por los poderosos testimonios que dieron tanto Pedro (15:7-11) como Bernabé y Pablo (15:12-21).

      Después de estos testimonios hubo tal acuerdo en la Iglesia que por testimonio del Espíritu Santo decidieron:

“no imponer ninguna carga mas que estas cosas necesarias: que os obtengáis de las cosas sacrificadas a los ídolos, de ahogado, y de fornicaciün; de las cuales cosas si os guardareis, bien haréis” (Hechos 15:28-29)

     “Simón Pedro, Siervo y Apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra”.   (Apóstol Pedro en 2 de Pedro 1:1).

La persecución contra la Iglesia hizo propicio que resaltaran de ella su propia estructura espiritual y que su identidad y vida fueran el resultado de su relación con el Cristo resucitado y no alguna influencia que el Judaísmo ejerciera sobre ella.   En el concilio en Jerusalén se habían establecidos las bases de la fe Cristiana y esto era un asunto ya claro entre los verdaderos líderes dentro de la Iglesia.   Tan claro era esto para Pedro que cita sin resentimiento, ni remordimiento, ni raíz de amargura al Apóstol Pablo diciendo:

      “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para Salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus Epístolas hablando en ellas de estas cosas;  entre las cuales hay algunas difíciles de entender,  las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras escrituras para su propia destrucción” ( 2 de Pedro 3:15,16).

      La fe de Pedro y Pablo a estas alturas de su vida era ejemplar.   Es  por eso que en sus escritos ambos por inspiración del Espíritu Santo hablan una misma cosa y en ningún momento hay entre ellos contradicción.

Este incidente provocado por el rechazo del judaísmo a los gentiles, rechazo del que ni siquiera Pedro puede escapar aquí, motivará que se convoque el Concilio de Jerusalén. En esta reunión, de importancia capital para la Iglesia, las tesis de Pablo a favor de la completa apertura de la Buena Nueva a los gentiles triunfarán frente a las defendidas por los fariseos cristianizados que propugnaban la exclusión de los no judíos. Pero la postura de Pedro, que se decantó por las tesis de Pablo, decantó la balanza a favor de la universalidad de la Buena Nueva. A partir de esta fecha histórica, el mensaje de Cristo será proclamado a todos los pueblos de la tierra sin importar su raza. Y así quedó establecido:

23    Por su medio les enviaron esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros hermanos, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia.

24    Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos,
25    hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo,
26    que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo.
27    Enviamos, pues, a Judas y Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz:
28    Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables:

29    abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza. Haréis bien en guardaros de estas cosas. Adiós.» (Hechos, capítulo 15).

De esta forma, con un compromiso que obligaba a los cristianos gentiles a lo expuesto en el versículo 29, se les liberaba de la obligación de tener que convertirse al judaísmo. La Iglesia ya era verdaderamente una Iglesia Universal.

El compromiso resuelto en Jerusalén protegía la existencia de las comunidades mixtas que Pablo había predicado en las jóvenes iglesias del Asia menor. Sin embargo, la plena comunión entre circuncisos e incircuncisos resultaba problemática., entonces ¿Debería ser considerada secundaria la salvación de Jesucristo? Pablo reivindica la nueva vida en la fe, el don del Espíritu y la supremacía de la divina promesa sobre la Ley. El contraste surgió entre Santiago y la Iglesia de Jerusalén, con Pedro y Bernabé (quienes dudosos, se aliaron con Santiago), y con la misma Iglesia de Antioquía que confirma el compromiso tomado (Hch 15, 40). Silas será el único que lo siguió. Después de este largo “noviciado”, que duró 15 años, se abre un nuevo período para Pablo.

A partir de este momento, Pablo tenía las manos libres para predicar el Evangelio entre todos los pueblos de la Tierra.

Como en otras cuestiones de la vida de San Pablo, el Papa Benedicto XVI dedicó una audiencia completa a San PABLO – LA VIDA EN LA IGLESIA
” uno de los elementos decisivos de la  actividad de San Pablo y uno de los temas más importantes de su pensamiento: la realidad de la Iglesia. Tenemos que constatar, ante todo, que su primer contacto con la persona de Jesús tuvo lugar a través del testimonio de la comunidad cristiana de Jerusalén. Fue un contacto turbulento. Al conocer al nuevo grupo de creyentes, se transformó inmediatamente en su fiero perseguidor. Lo reconoce él mismo tres veces en diferentes cartas: "He perseguido a la Iglesia de Dios", escribe (1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6), presentando su comportamiento casi como el peor crimen.

La historia nos demuestra que normalmente se llega a Jesús pasando por la Iglesia. En cierto sentido, como decíamos, es lo que le sucedió también a san Pablo, el cual encontró a la Iglesia antes de encontrar a Jesús. Ahora bien, en su caso, este contacto fue contraproducente: no provocó la adhesión, sino más bien un rechazo violento.

La adhesión de Pablo a la Iglesia se realizó por una intervención directa de Cristo, quien al revelársele en el camino de Damasco, se identificó con la Iglesia y le hizo comprender que perseguir a la Iglesia era perseguirlo a él, el Señor. En efecto, el Resucitado dijo a Pablo, el perseguidor de la Iglesia: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" (Hch 9, 4). Al perseguir a la Iglesia, perseguía a Cristo. Entonces, Pablo se convirtió, al mismo tiempo, a Cristo y a la Iglesia. Así se comprende por qué la Iglesia estuvo tan presente en el pensamiento, en el corazón y en la actividad de san Pablo.

 En primer lugar estuvo presente en cuanto que fundó literalmente varias Iglesias en las diversas ciudades a las que llegó como evangelizador. Cuando habla de su "preocupación por todas las Iglesias" (2 Co 11, 28), piensa en las diferentes comunidades cristianas constituidas sucesivamente en Galacia, Jonia, Macedonia y Acaya. Algunas de esas Iglesias también le dieron preocupaciones y disgustos, como sucedió por ejemplo con las Iglesias de Galacia, que se pasaron "a otro evangelio" (Ga 1, 6), a lo que él se opuso con firmeza. Sin embargo, no se sentía unido de manera fría o burocrática, sino intensa y apasionada, a las comunidades que fundó.

Por ejemplo, define a los filipenses "hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona" (Flp 4, 1). Otras veces compara a las diferentes comunidades con una carta de recomendación única en su género: "Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres" (2 Co 3, 2). En otras ocasiones les demuestra un verdadero sentimiento no sólo de paternidad, sino también de maternidad, como cuando se dirige a sus destinatarios llamándolos "hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4, 19; cf. 1 Co 4, 14-15; 1 Ts 2, 7-8).

En sus cartas, san Pablo nos ilustra también su doctrina sobre la Iglesia en cuanto tal. Es muy conocida su original definición de la Iglesia como "cuerpo de Cristo", que no encontramos en otros autores cristianos del siglo I (cf. 1 Co 12, 27; Ef 4, 12; 5, 30; Col 1, 24). La raíz más profunda de esta sorprendente definición de la Iglesia la encontramos en el sacramento del Cuerpo de Cristo. Dice san Pablo: "Dado que hay un solo pan, nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo" (1 Co 10, 17). En la misma Eucaristía Cristo nos da su Cuerpo y nos convierte en su Cuerpo. En este sentido, san Pablo dice a los Gálatas: "Todos vosotros sois uno en Cristo" (Ga 3, 28).

Con todo esto, san Pablo nos da a entender que no sólo existe una pertenencia de la Iglesia a Cristo, sino también una cierta forma de equiparación e identificación de la Iglesia con Cristo mismo. Por tanto, la grandeza y la nobleza de la Iglesia, es decir, de todos los que formamos parte de ella, deriva del hecho de que somos miembros de Cristo, como una extensión de su presencia personal en el mundo.

Y de aquí deriva, naturalmente, nuestro deber de vivir realmente en conformidad con Cristo. De aquí derivan también las exhortaciones de san Pablo a propósito de los diferentes carismas que animan y estructuran a la comunidad cristiana. Todos se remontan a un único manantial, que es el Espíritu del Padre y del Hijo, sabiendo que en la Iglesia nadie carece de un carisma, pues, como escribe el Apóstol, "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1 Co 12, 7). Ahora bien, lo importante es que todos los carismas contribuyan juntos a la edificación de la comunidad y no se conviertan, por el contrario, en motivo de discordia. A este respecto, san Pablo se pregunta retóricamente: "¿Está dividido Cristo?" (1 Co 1, 13). Sabe bien y nos enseña que es necesario "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz: un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4, 3-4).

Obviamente, subrayar la exigencia de la unidad no significa decir que se debe uniformar o aplanar la vida eclesial según una manera única de actuar. En otro lugar, san Pablo invita a "no extinguir el Espíritu" (1 Ts 5, 19), es decir, a dejar generosamente espacio al dinamismo imprevisible de las manifestaciones carismáticas del Espíritu, el cual es una fuente de energía y de vitalidad siempre nueva. Pero para san Pablo la edificación mutua es un criterio especialmente importante: "Que todo sea para edificación" (1 Co 14, 26). Todo debe ayudar a construir ordenadamente el tejido eclesial, no sólo sin estancamientos, sino también sin fugas ni desgarramientos.

En una de sus cartas san Pablo presenta a la Iglesia como esposa de Cristo (cf. Ef 5, 21-33), utilizando una antigua metáfora profética, que consideraba al pueblo de Israel como la esposa del Dios de la alianza (cf. Os 2, 4. 21; Is 54, 5-8): así se pone de relieve la gran intimidad de las relaciones entre Cristo y su Iglesia, ya sea porque es objeto del más tierno amor por parte de su Señor, ya sea porque el amor debe ser recíproco, y por consiguiente, también nosotros, en cuanto miembros de la Iglesia, debemos demostrarle una fidelidad apasionada.

Así pues, en definitiva, está en juego una relación de comunión: la relación ¯por decirlo así¯ vertical, entre Jesucristo y todos nosotros, pero también la horizontal, entre todos los que se distinguen en el mundo por "invocar el nombre de Jesucristo, Señor nuestro" (1 Co 1, 2). Esta es nuestra definición: formamos parte de los que invocan el nombre del Señor Jesucristo. De este modo se entiende cuán deseable es que se realice lo que el mismo san Pablo dice en su carta a los Corintios: "Por el contrario, si todos profetizan y entra un infiel o un no iniciado, será convencido por todos, juzgado por todos. Los secretos de su corazón quedarán al descubierto y, postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está verdaderamente entre vosotros" (1 Co 14, 24-25). “

Concluimos nuestra última reflexión con las mismas palabras del Papa Benedicto XVI: “Así deberían ser nuestros encuentros litúrgicos. Si entrara un no cristiano en una de nuestras asambleas, al final debería poder decir: "Verdaderamente Dios está con vosotros". Pidamos al Señor que vivamos así, en comunión con Cristo y en comunión entre nosotros.” (Audiencia General, Miércoles, 22 de noviembre de 2006)

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